Tras su visita a Maskwacis, el Papa Francisco fue acogido con entusiasmo por las 190 personas que fueron seleccionadas para participar en una Celebración de la Palabra en la Iglesia del Sagrado Corazón de los Primeras Naciones, situada en el corazón del centro-ciudad de Edmonton, entre los más pobres de los pobres. Una comunidad de fe que, cada día, acoge a más de 250 personas que necesitan ropa o un oído atento ; personas que tienen hambre de comida, de amor, de compasión, de un lugar al que pertenecer.
Fui una de los elegidas para estar dentro de nuestra Iglesia recién renovada ; un privilegio que, hasta este momento me hace llorar. Aunque nuestra familia descubrió el año pasado que por nuestras venas corre sangre Cree y Chipewyan, la invitación a estar presente en medio de mis hermanas y hermanos indígenas me hizo sentir muy humilde e inmerecida. Viví una plétora de emociones : la gratitud y la alegría bailaron dentro de mí mientras, al mismo tiempo, lloré casi todo el tiempo al sentir de nuevo el dolor, la vergüenza, el abuso -físico, sexual, emocional, espiritual- soportado por los niños en las escuelas residenciales -dolor que han llevado a través de 7 generaciones. Sí, el trauma intergeneracional es real.
El Papa Francisco, escuchó en lo más profundo de su ser cómo nuestras hermanas y hermanos indígenas fueron clavados con Cristo en la cruz. Durante su mensaje nos llamó a "mirar a Cristo, crucificado en los numerosos alumnos de los internados". Nos recordó que "es en el árbol de la cruz donde el dolor se transforma en amor, la muerte en vida, la decepción en esperanza, el abandono en comunión, la distancia en unidad".
A lo largo de su estancia en Canadá nos recordó que estamos llamados a la reconciliación, que "no es simplemente el resultado de nuestros esfuerzos ; es un don que fluye del Señor crucificado, una paz que irradia del corazón de Jesús, una gracia que debe ser buscada…”.
En medio del dolor, ¿experimenté el comienzo de la reconciliación ? Sí. Al mirar a los ojos del Papa Francisco, cuando recibía los regalos simbólicos que se le presentaban, vi a Cristo, el sanador, el reconciliador, el buen samaritano que venda las heridas de los que dejamos morir en los márgenes. Vi alegría, esperanza y gratitud. Escuché en mi corazón las palabras de Jesús en la Última Cena : "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos". El Papa Francisco, al estar entre nosotros, entregó su vida para que se pueda recorrer el larguísimo camino de la sanación, la misericordia y la reconciliación.
No fue sólo en los ojos del Papa Francisco donde vi el amor sanador. Después de que lo sacaran en silla de ruedas, me acerqué a siete de nuestros ancianos, sentados en la parte delantera de la iglesia, y les tendí la mano. Cada uno me miró a los ojos, tomó mi mano entre las suyas y sonrió, diciendo sin palabras : « Somos uno ; »caminaremos juntos« por el camino de la curación y la esperanza ».
Varias personas me han pedido desde entonces que describa la experiencia. Al principio, simplemente no podía responder. Mi corazón estaba demasiado lleno. Ahora que ha pasado algún tiempo, y que vuelvo a entrar en lo más profundo de mi corazón, las palabras del Papa Francisco me ayudan a expresar lo que viví. Dijo : « Aquí, en esta iglesia, sobre el altar y el tabernáculo, vemos los cuatro palos de una típica tienda indígena, un tipi… El tipi nos recuerda que Dios nos acompaña en nuestro camino y ama encontrarse con nosotros juntos, en asamblea, en consejo. Y, cuando Jesús se hizo hombre, nos dice el Evangelio, literalmente ’montó su tienda entre nosotros’ ». Al igual que Jesús montó su tienda en medio de nosotros, que la visita del Papa Francisco nos anime, como Congregación, a « montar nuestra tienda » entre los más vulnerables, aceptando « recorrer el camino del diálogo, el perdón y la reconciliación ».
Mary Clare Stack, UJ Agosto 2022
Aquí está mi experiencia (in ingles), en la Iglesia del Sagrado Corazón de las Primeras Naciones, donde fui invitado por el pastor y el comité organizador.