
El teatro nacional se llenó de niños expectantes y maravillados de todo lo que supone un gran teatro. Nuestro centro puso la nota de color por su realidad multiracial.
La puesta en escena, toda de mano ecuatoriana, dirección, interpretación, mapping, música…fue inmejorable. Una obra de arte en sí misma, bien ajustada a la obra original.
Una vez más El Principito nos llegó al corazón. Imposible no verse reflejados en esos personajes cariturizados de los que todos los adultos tenemos algo : el deseo de mandar del rey ; la necesidad de poseer, aun sin sentido, del poseedor de estrellas ; el acaparamiento de saber para sentir poder del geógrafo ; la necesidad de admiración del vanidoso ; la seguridad que nos da seguir consignas como al farolero.

Todas esas cosas nos centran en nosotros mismos, no nos permiten gustar lo pequeño, saborear las relaciones más cercanas, que quizá no son perfectas (como la engreída rosa), pero son únicas porque hemos creado vínculos con ellas, y esa es la esencia de la vida, pues somos seres en relación.
“Lo esencial es invisible a los ojos” “Soy responsable de mi rosa”
Todo ello nos remite a la cotidianidad de cada uno, tejida de relaciones imperfectas y maravillosas que nos dan vida, donde somos reconocidos y nos reconocemos.

Nadie como los niños para enseñarnos el valor del momento en sí, la apertura a lo nuevo, la prioridad de la amistad. Jesús nos habló de ello : “El Reino de los Cielos es de quienes son como niños” Mt.19,14
Cuando crezcan, muy posiblemente los niños de La Bota recuerden este día, y ojalá puedan reconocer en sí al principito, sin haber perdido su alma de niños.

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