“¿Bailamos?” “O, si, querida Ana” porque ‘mis ojos han visto la salvación de nuestro Dios…. Una luz se ha revelado a todos los pueblos.”
“¿Quién hubiera creído que, en nuestra vejez, Dios nos mostraría tal favor?”
“Pero, querido Simeón, no está destinado sólo a ti y a mí. Tú tienes, yo tengo, la misión de ‘alabar a Dios y hablar del Niño a todos que buscan la redención de Israel.”
“Entonces, querida Anna, debemos danzar con el Niño”.
El padre y la madre, totalmente asombrados, observaron, escucharon, ponderaron - “¿En qué se convertirá este niño?” Y su madre recordó, “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”
En silencio, mientras danzaban, sosteniendo al Niño reverentemente entre ellos, Simeón miró con amor al Niño y, con lágrimas en los ojos, se inclinó hacia Ana y le susurró, “Este Niño está destinado al ascenso y a la caída de muchos en Israel”.
Ambos miraron a la joven, cuyo corazón estallaba de alegría, que todavía, no había captado las ominosas palabras: "Una espada atravesará tu propia alma”. Juntos, lloraron.
“Simeón, debemos devolver al Niño a sus padres.” Juntos, en el silencio de sus corazones, vieron un mundo desgarrado por la lucha, la división, el hambre y la codicia; un Hombre crucificado por abrazar la misión que Dios le dio para: SER AMOR, SER COMPASIÓN, SER PERDÓN, SER ESPERANZA, SER RECONCILIACIÓN, SER VIDA SER LUZ. Juntos rezamos,
“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tus siervos irse en paz; porque nuestros ojos han visto tu salvación la que has preparado para TODOS LOS PUEBLOS, LUZ para alumbrar a las naciones Y gloria de tu pueblo, Israel”.
Y, mientras escuchaba en el silencio de mi corazón, pude oír a Dios decir,
“¿Bailamos?”
Edmonton, 2 febrero 2022